PSICOANÁLISIS

¿Qué quiere una mujer?

"Querido lector, ¡ya están listas! Allí vienen, bellas, inatrapables” "Cada una a su ritmo avanza hacia nosotros, con su propio estilo, su tono, sus silencios y sus diversas máscaras”
jueves, 1 de junio de 2017 · 09:44

Tute presentaba, en su historieta del 20 de marzo del corriente año, un encuentro entre dos hombres en el medio de la calle donde uno tomándolo del hombro al otro lo compromete en un pacto diciéndole:

-Me hice feminista

Y el otro contestaba:

-No te preocupes Juan no se lo voy a decir a nadie.

La caricatura de Tute, siempre tan sagaz, propone algunas coordenadas para pensar las características de las posiciones masculinas y femeninas.

La mano de Tute capta el pacto de silencio entre estos dos hombres, que en principio saben que esta información es delicada por tanto no debe salir de ahí, pero que por otro lado (y esto es lo que nos interesa) en el asombro de uno de ellos y el compromiso del otro se refleja lo sensible que se le ha vuelto al hombre contemporáneo hablar de la mujer hoy.

Ya que toda caricatura es la exageración del detalle, bien podemos tomar este boceto para contornear los bordes por los que se abre una de las preguntas que ha orientado la práctica psicoanalítica:

 

¿Qué quiere una mujer?

Podemos retomar dos conceptos freudianos que nos permitirán orientar el modo en que se inscribe esta pregunta.

En cierto momento, al escuchar a sus pacientes mujeres se encontró con que algo siempre permanecía velado, entonces lo nombro así: "aquel oscuro continente”. El segundo descubrimiento refiere a la diferencia entre los sexos, aquel órgano femenino que uno sabe que está, pero es un agujero, sin representación física, producía efectos en el devenir subjetivo.

Freud planteaba que la mujer tenía un vínculo más cercano con la falta, ausencia y mayor propensión a construir algo con su ser allí. En Freud este devenir subjetivo se encontraba signado por las características orgánicas del cuerpo. Sin embargo, Jacques Lacan (psicoanalista francés) tras releer los textos freudianos, lleva las cosas más lejos, tomando el camino de separarse definitivamente de la genitalidad. Y postular que el vacío existencial es para todos, hombres y mujeres en un comienzo.

Aunque son las mujeres quienes mayormente dan cuenta de esto. Entonces todos los síntomas que vemos en las personas, refieren a modos de defenderse de ese vacío existencial primero.Al ser las mujeres quienes mayormente dieron cuenta de esto, se las tomaba por poseídas o locas, ya que testimoniaban una verdad que mordía a toda la sociedad.

Hay un agujero en el saber, no todo puede ser cubierto de imagen, algo queda por fuera y vuelve con la forma de sufrimiento o de horror, como verificamos en la actualidad.

Así la mujer se vuelve toda ella tabú, ya no como pensaba la antropología tradicional, sólo su sexualidad, sino ella en tanto testimonio vivo de ese agujero del que la sociedad pretende defenderse, con leyes, reglamentos y otros artificios.Este agujero no se trata de un saber que queda velado, escondido y es posible de ser dicho, sino que aquel continente oscuro proclama que algo siempre se mantiene fuera del saber. Las cosas no quedan allí, ya que ese agujero en el saber trae consecuencias, por este motivo Lacan avanzó nutriéndose de otras disciplinas como la topología para pensar el lugar de esa nada y sus efectos, sin obturarla.

En contrapartida con un movimiento de época que pretende que todo debe ser dicho, estar expuesto o mostrado. Donde la ausencia aparece bajo sospecha de que algo horroroso acontezca.

Entonces¿que quiere una mujer? continúa siendo un misterio, solo se puede acceder a ese continente oscuro a través de la revisión de estas máscaras con las que cada una de ellas sale a responder la pregunta de su ser.

De modo que la versión actual es una de las formas en las que se tramitan algunos anudamientos que van más allá del encuentro entre el género femenino y masculino, organizados más bien por lo que Lacan llamaría una lógica fálica, que muchas veces se hizo carne en la sociedad capitalista patriarcal.

Algo de lo ilimitado de la mujer se escapa a esta regulación fálica. Hoy más que nunca el mito de la media naranja se vuelve inconsistente para hablar de estos semblantes que vienen al lugar de la relación sexual que no hay.

Como una herida narcisista que no puede cicatrizar aún, el hombre de hoy, mira expectante los envoltorios con los que la mujer asume su posición. 

Ahora bien, habrá notado el lector este juego de entrada y salida, desde lo particular a lo general, cuando hablamos de la mujer en singular o de sus respuestas colectivas. Esto se debe a que el psicoanálisis no se abstrae de la historia, aunque siempre esté orientado en responder al uno por uno.

De manera que en particulares momentos históricos estas formas de vinculación entre hombre y mujer legisladas por el mal-encuentro se ponen más en tensión, dejando velado la asunción de una posición sexual que ya no se pueda leer desde la regla, sino justamente desde su excepción.

Así, el semblante de la mujer ha cambiado a lo largo de la historia y el psicoanálisis ha contribuido a este movimiento.

El misterio de la femineidad se ha recubierto de diversas respuestas e imágenes a lo largo de la historia. Pero ninguna de estas formas le da una consistencia acabada, lo que también se verifica en la clínica. Podemos conjeturar que la imagen de la mujer se encuentra en constante mutación por procesos identificatorios. Así ubicamos sin ánimo de exactitud, que el recorrido va desde la imagen de la mujer como ama de casa y madre ejemplar, donde su sexualidad quedaba acotada a la procreación, tal como la iglesia la promulgaba.

Pasando por el nacimiento de la píldora, método anticonceptivo femenino, que surge en los años 50 y expande su comercialización en los 60, que efectúa la separación entre sexualidad y procreación. Hasta el día de hoy, donde la mujer se presenta en un doblez, por un lado, realzada en un brillo agalmático con toda la virilidad y potencia que le suponen sus tacos altos.

Es decir, mujer independiente, que trabaja y se abastece sola. En contra partida, el costado más horroroso, la reducción de ese brillo a ser un resto del goce del otro.

Diariamente nos encontramos con mujeres descuartizadas, tiradas en contenedores, descampados, tomadas en contra de su voluntad para constituirse en un residuo del goce mortífero de otro.

Estos episodios se corresponden a una época donde está exacerbado el individualismo del acto. Antes se decidía grupalmente el destino de aquellas mujeres que ponían de relieve ese exceso.

La historia da numerosos ejemplos de mujeres infieles que eran apedreadas en la plaza pública. O en la época de la inquisición, donde aquellas que excedían los parámetros impuestos por la iglesia eran pensadas como poseídas y se las quemaba en la hoguera. 

Entonces la pregunta de qué quiere una mujer es imposible de responder, ya que cada una construye su respuesta singular, siempre sobre un vacío, ausencia de saber. En algunos casos este vacío puede constituirse en un tabú, en otros se lo enmascara, en otros empuja al horror. O como propone el psicoanálisis, este vacío puede constituirse en el espacio necesario para la invención de algo nuevo.

Puede servir de apertura, salida de los ideales para inventar nuevos caminos a recorrer.Que quiere una mujer sigue siendo un misterio. No todo puede ser dicho ni imaginado, pero aún más perdidos que marineros sin brújula, es conveniente naufragar un poco por las vías del deseo.   

 

Lic. Benchimol Lucía

Lic. Leandro Hocquart

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