Theodore Van Kirk fue el último miembro de la tripulación del avión Enola Gay que lanzó la bomba atómica en Hiroshina en 1945 y en el día de hoy murió hoy a los 93 años en un geriátrico en Georgia, Estados Unidos.
El "holandés", como llamaban a Van Kirk, había entrado en la fuerza aérea estadounidense en 1941, pero nunca se convirtió formalmente en piloto, sino en un navegador de vuelo tan hábil que fue elegido para una "misión de máximo secreto", recordó la agencia de noticias ANSA.
Su colega y amigo, el coronel Paul Tibbett, fue el jefe del equipo del fatídico bombardero B-29, y tras meses de adiestramiento, Van Kirk guió con sus cartas de vuelo al Enola Gay, en seis horas y media, desde la isla de Titian a los cielos de Hiroshima.
El 6 de agosto de 1945, a las 8.15 locales, Little Boy, nombre en código de la primera bomba nuclear fue lanzada sobre la ciudad japonesa, matando a 240 mil personas y marcando un nefasto antecedente mundial.
"El avión sufrió dos enormes sobresaltos, fue envuelto por un flash de luz fuertísimo; miré allí, la ciudad parecía hervir en las llamas, y mi pensamiento primero fue: `la guerra terminó`. Bien. Y sentí alivió", contó en distintas entrevistas Van Kirk, sin demostrar nunca un pesar moral por la histórica masacre que ayudó a ejecutar.
"Durante toda su vida mi padre pensó que hizo sólo y simplemente su deber. Fue un maravilloso padre y su existencia es mucho más que el Enola Gay", declaró hoy a la prensa su hijo Thomas.
Van Kirk no habló de su experiencia por muchos años. Pero en 2005, en ocasión del 60 aniversario del bombardeo de Hiroshima, dijo a la prensa estadounidense que "ninguno de nosotros en la tripulación sufrió algún efecto físico de las radiaciones".
"No sólo eso, sino que ninguno de nosotros tuvo problemas psicológicos o se retiró a un monasterio", se limitó a decir, al recordar el ataque.
Después de ser condecorado por la misión, Van Kirk dejó la Fuerza Aérea al terminar la guerra, realizó un máster en ingeniería química y trabajó por 30 años en una empresa privada, al amparo de una sociedad que nunca condenó el único ataque nuclear masivo contra una ciudad en la historia de la humanidad.