Fue un movimiento fuerte. El pasado sábado por la noche la costa de Ecuador tembló por causa de un terremoto de 7,8 grados en la escala de Richter que se hizo sentir en todo el país, literalmente.
Los destrozos ocasionados por el sismo y los más de 400 muertos no son el único problema que sufre ahora el pueblo ecuatoriano, sino todo lo que viene después: la falta de luz, de comunicaciones, de lugar para dormir, de materiales a fin a beneficiar las tareas de rescate, y de alimentos. Además, se necesitan médicos, de todas las especialidades.
Son varios los espacios que se improvisaron para funcionar como refugio para los afectados. Y en las pizarras improvisadas de varios de ellos se lee lo mismo, lo que hace falta, como mascarillas, bolsas para los cuerpos, ataúdes, baños químicos, guantes, carpas, luz, comida.
Y mucha agua, algo que reclaman incluso los bomberos para poder continuar con el trabajo de búsqueda de sobrevivientes.
Pedernales, uno de los pueblos más golpeados por el sismo de gran intensidad, no tiene más espacio en su cementerio. El alcalde del lugar, Gabriel Alcivar, ya piensa en habilitar un nuevo espacio para continuar con los entierros.
Otra complicación mayor de las tareas de rescate son las maquinarias. Hay muchos escombros por remover y sin dudas es un trabajo que sólo un artefacto de amplias características puede llevar a cabo pero siempre está el miedo latente a que bajo las ruedas de los distintos vehículos especializados aún haya gente viva. Las autoridades gubernamentales sólo tienen una respuesta ante esta situación: es un riesgo que hay que correr, de acuerdo a una nota publicada por el diario español El País.