SOCIEDAD

El desafío de rescatar a los indigentes

Como una patrulla espectral desprendida de un ejército derrotado, deambulan nuestros indigentes por las ciudades fueguinas. Unidos en el infortunio, sufren el desprecio general de “la gente bien” y son echados desde todos los lugares donde quieren acomodar sus huesos para dormir. El último refugio que tienen es el Hospital, pero obviamente que allí tampoco se los quiere. Muchos de ellos morirán este invierno o el otro y serán sólo una estadística más en las crónicas policiales. La tan mentada inclusión social tampoco los contempla y hoy de ellos solo queda una sombra de humanidad.
jueves, 22 de enero de 2015 · 23:32

(Por Ramón Taborda Strusiat).- La sociedad occidental aún no ha logrado una fórmula que contemple a aquellos que por diversas razones, sufren una situación de calle crónica.

El frío, el hambre, en muchos casos el alcoholismo y la muerte como inseparable compañera, los va diezmando de a poco. Pero siempre hay más, desde algún lugar de la vida vienen a engrosar a este ejército informe para escándalo de muchos.

Ahondando en la situación personal de cada uno de ellos, nos podemos encontrar con lecciones de vida sorprendentes. Muchos cuando jóvenes, llenos de vigor, fueron obreros que construyeron nuestra civilización, profesionales, militares y aunque no crea el lector, hasta políticos.

No son ermitaños ascetas como Diógenes el Cínico, quien vivía con su perro y su tonel y tuvo la osadía de decirle al entonces dios en la tierra, Alejandro Magno, que se corriera porque le tapaba el sol, sino personas normales y corrientes que por alguna situación puntual o bien por un cúmulo de encrucijadas que les tejió el destino, hoy son esos muertos vivos que sólo deambulan. Como esa rana que de a poco la van cocinando en el agua, gradualmente más caliente, se desdibujan; se vuelven totalmente transparentes hasta desaparecer devorados por el dios Cronos.

Hubo un caso en que un médico volcó su vehículo en el Kilómetro 1508 -la ruta que va desde Piedra de Águila a Bariloche- y perdió a toda su familia. El gran complejo de culpa, lo dejó allí clavado por casi dos décadas en la total indigencia. Como se verá, son infinitos los motivos por los cuales una persona cae en esa condición de total abandono.

Hoy, ya viejos y enfermos, los indigentes son expulsados de la vida social. No son siquiera pobres, solo son una ilusión para las políticas estatales. Tal vez su último testimonio de existencia solo sea la imagen tiesa de sus restos dormidos en la eternidad rescatada por los diarios.

Tal vez sea hora de que entre todos, como sociedad, como autoridades, comencemos a buscar un camino que les permita a estas personas, a estos seres humanos que hoy cual niños piden para comer y se emocionan hasta las lágrimas cuando alguien les tiende una mano, recobrar la dignidad. Querer es poder, dice el lema, si comenzamos a querer, es posible que podamos poder. Que la muerte no sea la única opción para ellos.

Algunos testimonios

Jorge Osvaldo Rincón (48) dijo que "vengo a dormir al hospital porque no tengo otro recurso, en el Albergue Municipal no me quieren porque tengo olor y aliento a vino. Hay gente que trabaja en las fábricas y tiene recursos y ese lugar es para la gente como nosotros que no tiene donde ir”.

"Estoy desde 1991 en Río Grande, vengo de Navarro, provincia de Buenos Aires. Mi padre tiene tambo y todo eso”, reveló.

Aseguró que una directora del nosocomio los autorizó a pernoctar en la guardia, "pero después viene la policía y nos tira para afuera como trapos”.

"La policía no nos quiere acá, nos dicen que salgamos a caminar por ahí. Ya se nos han muerto un montón de amigos en los últimos años”, resumió.

José Alfredo Velázquez Hernández (65) relató que "hace 43 años que vivo en Río Grande, soy chileno de Puerto Montt y no tengo familia en la ciudad. Mi problema es que tengo artrosis en la columna y ya no soy tan joven para los trabajos. Hice los aportes para mi jubilación, pero no llegan. A veces voy al Albergue Municipal, pero no me hallo mucho allí entonces vengo a compartir con los amigos”.

Lorenzo Ariel Martínez (50) santafecino de Florencia, localidad ubicada al Norte de Santa Fe, "cerca de Villa Ocampo, Villa Guillermina y Las Toscas”, relató y agregó que "se cultiva mucha caña de azúcar de donde vengo, trabajé toda mi vida en muchas tareas. Fui infante de marina, así me trajeron, como soldado raso. Mi destino era Bahía Blanca, pero me trajeron a (Río) Gallegos y terminé en el Batallón 5 de Río Grande en 1983, después que terminó la guerra (de Malvinas)”.

"Después trabajé en Consuar, cuando construimos Chacra II, trabajé de soldador, ayudante de albañil; hice de todo, lo que caía”, graficó.

"Ahora ya nadie nos quiere contratar porque estamos viejos. Fui candidato a concejal con la Gobernadora actual (Fabiana Ríos) cuando estábamos en el Partido Socialista Auténtico de Luis Augsburger; y me dejó tirado, pero bueno, ya está”, se resignó.

"Quiero que algún gobernante sepa de nuestra situación, que la Gobernadora, que el Intendente o algún legislador se acerque a nosotros y nos de una oportunidad”.

José Luis Molina (56), el único riograndense del grupo y así lo remarcó con orgullo. "Nací el 3 de enero de 1959 acá en Río Grande, Tierra del Fuego”. Despotricó contra el Albergue Municipal, "ese albergue, que está en Pasaje Roca 1.118, nos tiraron a la mierda (SIC) a todos; tengo que decir esas palabras porque es la verdad. Todos los amigos que están acá, son ‘una maza’ son gente buena”.

"Nos dejaron en situación de calle, tenemos que pedir para comer. A mí se me murieron mis hermanos. Estamos mal. Yo voy a seguir peleando con mis amigos hasta la muerte”, prometió Molina lealmente a sus compañeros de infortunio.

"Nosotros votamos a los políticos, pero nos dejaron en banda”, se quejó; sin embargo agradeció a muchos vecinos "que nos traen comida”.

"Somos indigentes pero somos buenos”, exaltó a una sociedad sorda, ciega y muda. "No somos ladrones ni chorros ni violadores. Somos personas, somos seres humanos”.

Gustavo Martín Alegre (27) el más joven del grupo, vino desde el Chaco, más precisamente desde su capital, Resistencia. "Vine hace 21 años, me trajeron de chiquito a Río Grande. Estoy sin trabajo y acá tengo familia, tengo a mi hermana, a mi tía y a mi mujer porque soy casado pero la semana pasada me corrió mi mujer de la casa. Nos separamos y mi mujer me corrió de la casa. Por qué, no se”.

Vitrola Modesto Lamprea Yurquinas Maizares (46), de nacionalidad peruana, es el último que se unió al club de indigentes. "Soy del Machu Pichu, llegué para conocer Tierra del Fuego, trabajé un tiempo en el negocio ‘Todo por Ella’; estuve trabajando un tiempo porque quería llegar a Ushuaia”.

"Conocí a los muchachos y vine a compartir la comida con ellos; tenía mi bolso; tenía cuatro mil pesos argentinos y ocho mil peruanos, porque quería conocer el Fin del Mundo. Me robaron todo incluso el pasaporte, quedé sin nada y lo único que tengo son a ellos”, dijo el peruano.

Además dijo que "lo que no me gustó es que vino la policía y revoleó a un viejito, una persona muy mayor de edad”.

"Pedimos ayuda y trabajo”

Preguntados qué le piden a la sociedad y a las autoridades, respondieron al unísono "ayuda y trabajo; estamos pidiendo que nos den una mano para conseguir trabajo”, dijo Molina.

Lamentó que "mucha gente nos desprecia porque venimos a dormir acá adentro en la entrada de la Guardia del Hospital, no nos dejan dormir; hay otros vecinos que nos dejan plata en la mano; pero la mayoría nos discriminan como si fuéramos de otro lado. A veces quisiéramos ir al mar ese y tirarnos, pero la vamos como sea”.

"La directora nos echó del hospital y tuvimos que ir a dormir en una casilla frente al Hotel Atlántida, pero nos mojamos mucho con la lluvia y sentimos mucho frío, creíamos que nos íbamos a morir de hipotermia”, reveló uno de ellos.

Galería de fotos

Comentarios

Otras Noticias